lunes, 11 de enero de 2021

De panteones interesados, poetas tramposos y una cosa que se llama “henoteísmo”

 Vamos a empezar esta alocada década de los años veinte con uno de esos artículos que levantan ampollas entre quienes no gustan de complicarse la vida. En realidad, hoy había planeado escribir un artículo sobre los cambios religiosos que tuvieron lugar entre las tribus Germánicas durante la Era de las Migraciones y la Era Vikinga, para mostrar la evolución de la Antigua Fe a lo largo de dichos periodos, pero mientras me documentaba sucedió, como a veces ocurre que, entre la madeja de datos, hallé algunos hilos muy llamativos de los que podía tirar, y que discurrían de forma paralela a mi propuesta original, y pensé: bueno, puedo hablar sobre ello, pero buscando el enfoque actual, y, de repente, algo se iluminó en mi mente, y decidí rehacer el artículo, para escribir sobre un fenómeno que se da en nuestros días y que, por desgracia, es más que común. Enseguida sabréis a lo que me refiero.

Mucha gente con inquietudes espirituales se acerca al Odinismo con curiosidad e interés; pero, cuando empiezan a buscar material de estudio, una miríada de voces les sugieren estudiar las Eddas de Snorri Sturlusson. Y es entonces cuando, sin tener claro el contexto histórico del autor, ni la intencionalidad del texto (que la tiene), se leen aquello y empiezan a tener la idea de que el corpus de creencias Odinistas se halla en dichas obras: si lo preferís, para decirlo de otro modo y salvando las distancias, comienzan a ver en las Eddas una especie de “biblia Nórdica”. Y es por eso que escribo estas líneas: yo propongo huir de semejante simplificación. Cuando llevas estudiando tu Fe durante muchos años, y compruebas que este comportamiento está más que extendido y aceptado (y, en algunos casos, hasta alentado), puedes plantearte lo siguiente: ¿de verdad hay tantas personas que reducen nuestra Fe a esto, a creer que todas las tribus Germánico-Escandinavas creían en un Panteón conformado por dos familias (Æsir y Vanir), viviendo juntas en Asgarđ bajo el mandato de Odín? ¿O pensar que todos los guerreros van al Valhalla cuando mueren?

Pues hoy tengo intención de invalidar esa idea. Y paso a explicar por qué.



Retrato de Snorri Sturlusson (Fuente: Wikipedia)

Hoy día hay ciertos autores (1) que ven el proceso de evolución religiosa desde un prisma diferente. Es cierto que las tribus Germánicas compartían conceptos espirituales y tenían un vocabulario cultural común, pero la Antigua Senda no se puede comparar, por ejemplo, al Islam o al Budismo, ya que cada tribu era ferozmente independiente y no se pretendía homogeneizar dichas tribus bajo un elemento “aglutinante” como la religión, pues no había un líder religioso supremo ni dogmas que defender; así pues, en lugar de pensar en un único cuerpo de creencias, se debería hablar de algo así como una serie de “sistemas religiosos”, independientes entre sí pero con una raíz común y numerosos elementos idénticos (y, de hecho, desde hace unos años se empieza a hablar de religiones Germánicas). La prueba de esto la tenemos en que las creencias y su práctica religiosa varían en el tiempo y el espacio, amoldándose al entorno y las prácticas sociales, dependiendo de si la gente vivía en la montaña o el prado, en la costa o en el bosque, si eran agricultores, guerreros o cazadores, y del contacto que tuvieran con otros Pueblos vecinos.

De este modo, al igual que sucede con las leyendas populares, los mitos Germánicos también varían en su forma, que no en su fondo. Pondré algunos ejemplos:

·         la pertenencia de Skiđbláđnir a Odín o a Freyr;

·         la pertenencia del traje de pájaro a Freya o a Frigg;

·         la diosa más cercana a Odín, ya sea Frigg, Sága, Freya, Skáđi, etc.

Otro elemento que influye en esta mutabilidad de los mitos (y esto le va a escocer a algun@s) es la fluidez del intercambio cultural entre varias tribus Germánicas y sus vecinos, como los Celtas, los Sami, las tribus bálticas, Roma, Bizancio o el Imperio Carolingio. Así pues, en lo que respecta a la religión, no es fácil hablar de fronteras. Y este difuminado en el aspecto social también se aplica a los períodos históricos. Voy a tratar de explicarme: por ejemplo, aunque los petroglifos de la Era del Bronce en Escandinavia cesan abruptamente en la Era del Hierro Celta (500-350 A.E.C.), las imágenes del Sol y del barco como motivos religiosos sobreviven más de un milenio después.

Aparte de lo que hemos señalado hasta ahora, conviene incidir en un hecho que influye en el devenir del sentimiento religioso de nuestros ancestros. Y es que, en torno al año 500 A.E.C. (la fecha es meramente orientativa) se produjo un gran cambio en las creencias religiosas de los habitantes del Sur de Escandinavia. Esta evidencia comienza a ser ampliamente aceptada en los círculos académicos. Sea lo que sea lo que provocó dicho cambio, llevó a una reducción en las ofrendas de armas, joyas y alimentos que se realizaban en lagos, pantanos o a las afueras de asentamientos, y a un crecimiento en la “centralización” del culto, principalmente en torno a edificaciones controladas por una nueva generación de gobernantes/sacerdotes: las ofrendas, ahora, se solían depositar en torno a los salones destinados al culto. Curiosamente, este cambio coincide con un aumento de los conceptos patriarcales en la sociedad Germánica, y por tanto, un énfasis en la importancia de los Dioses varones asociados a la guerra, y una progresiva reducción en la importancia de las deidades protectoras femeninas asociadas a la fertilidad y a los espacios naturales con gran presencia acuática, como los mencionados lagos o pantanos. Dicho cambio de paradigma coincide con el desarrollo de una nueva élite militar aristocrática en el Sur de Escandinavia, con crecientes ambiciones nacionalistas que sobrepasaban el concepto de familia, clan o tribu, y unos nuevos gobernantes que pretendían perpetuar su poder incluso cuando no estuviesen físicamente presentes.



Cimientos de un templo dedicado a Thor y Odín en Noruega, datado en torno al siglo V (fuente: Archaeology News Network)


Esto debe llevarnos a sacar algunas lecciones de imperios como el Bizantino, o de religiones con vocación universalista como el cristianismo, que resuelven este asunto deificando a sus gobernantes. Y, claro, a poco que tengamos todo lo expuesto hasta ahora en cuenta, hay buenas razones para cuestionar la visión cosmológica presentada por Snorri.

El académico Terry Gunnell (2) planteó argumentos de que no hay evidencias suficientes para pensar que la mayoría de la población de la Escandinavia precristiana viesen a Odín como el dios más importante, porque el material arqueológico y toponímico apunta más bien a Þórr o a Freyr, dependiendo del lugar. Y, precisamente por eso, pienso que la visión del panteón que Snorri recoge habría sido conservada y transmitida por los escaldos, que eran el vehículo de la información de su época y que, no lo olvidemos, estaban al servicio de los gobernantes. En otras palabras, lo que yo entiendo es lo siguiente: los gobernantes pagan a los escaldos para extender y fomentar una determinada visión del panteón que fuese favorable a sus intereses terrenales, y que, a imagen y semejanza de los imperios vecinos, pretendía unificar las creencias de todo el territorio, presentando una visión de unos Dioses que conviven en un Asgarð “olimpizado”, bajo el mandato del cacique supremo, Odín.

Ahora bien, ¿querría esto decir que la población sólo adoraba a determinadas deidades en función de su lugar de residencia, estatus u oficio? Del mismo modo que sería ingenuo no creer que la gente no conocía a la mayoría de Dioses y Diosas, también lo sería el pensar que todas las deidades vivían juntas en una gran familia, como los mitos grecolatinos. Hay autores, como Philip Shaw (3), que sugieren que hay motivos para ver a ciertos Dioses asociados a una tribu, un área o un clan concretos, así como a una clase social determinada, y dichas deidades eran adoradas con múltiples propósitos. Si esto fuera así, los dioses predominantes para un pescador Sueco serían diferentes que los de un cazador Noruego, aunque ambos probablemente conocerían a los mismos Dioses y Diosas.

Pensemos ahora en la idea de “familia” de los Æsir que nos transmite Snorri. En realidad, en sus textos apenas se nos muestra como un clan unido, salvo en el Grímnismál, el Völuspá, el Lokasenna y el Þrymskvída: en el resto de textos, los Dioses aparecen llevando sus propias vidas privadas y gestionando sus propios intereses. Es más: podemos afirmar que los Dioses raramente trabajan juntos, salvo contadas excepciones en las que se reúnen dos o tres con algún objetivo común. Y es que, si nos ponemos a revisar los textos desde ese prisma, hasta el mismo Ragnarök parece algo desestructurado (y casi diría que forzado), Donde algunos Dioses mueren, otros se retiran y algunas deidades, como Freya, ni siquiera aparecen.

Llegados, pues, a este punto, casi que nos podríamos preguntar si todos nuestros mitos provienen del mismo entorno cultural, o por qué hallamos diferentes mitos en entornos distintos, donde los guerreros siguen el mito Odínico de grupos jerárquicos que se reúnen, festejan y combaten, mientras que la mayoría del pueblo, que vive en entornos rurales, cultivan los mitos centrados en, por ejemplo, Freyr y Þórr.

Pero es que aún podríamos rizar el rizo. Supongamos que aceptamos esta premisa, y demos por válido que, en lugares como Islandia o el Oeste de Noruega, existían unos mitos centrados en Þórr como señor supremo del resto de Dioses: estos mitos deberían explicar el origen del mundo y la Humanidad en términos referidos a Þórr. Pero entonces ¿qué pasó con esos mitos? Vamos a pensar en Þórr por un momento: mata gigantes con su martillo, cierto, pero a la vez dicho martillo consagra, ya sean runas, un sacrificio o un lugar determinado; también se le asocia a árboles, playas y cursos de agua (esto lo sabemos gracias a la toponimia); y también vemos que, en las historias de Þórr hay una patente ausencia de otros Dioses, lo que nos habla de su nula dependencia de otras fuerzas, y podemos entender que sus habilidades y funciones son muchas y muy variadas, dominando el aire o el rayo del mismo modo que el ganado, y siendo invocado tanto para proteger a viajeros como para consagrar un matrimonio. Es un gran protector, y los Islandeses paganos usaron su figura para oponerse a los misioneros cristianos (y por eso hoy muchísimos Odinistas llevan al cuello precisamente un Mjölnir, y no otro símbolo).

He puesto como ejemplo a Þórr por ser el más obvio, pero podría hacer lo mismo, por ejemplo, con Freyr: señor de las cosechas, del matrimonio, de la paz, señor supremo de los Elfos, supuesto ancestro del linaje de los Ynglingos y de la tribu de los Ingvaeones. ¿Sucedería lo mismo con otros Dioses, como Týr, Njörð o Ullr?

Debemos reconocer algo: nuestra visión actual de los Dioses está bastante predeterminada por los escritos de autores como Snorri Sturlusson, o Adán de Bremen, y por los estudios de académicos como Dumézil. Pero la verdad es que no existía una rigidez en las clases sociales de la Escandinavia precristiana, como en ocasiones parece que estos autores se empeñan en presuponer, ni en las profesiones ni en el rol social de cada individuo (por ejemplo, un granjero podía hacer las veces de jefe tribal, sacerdote o juez, en función del momento y las necesidades de su comunidad). Y ese es el motivo de que nuestros Dioses y Diosas sean tan polifacéticos. Y esa, la causa de que muchos autores (y yo mismo) ya no se refieran a la antigua religión Germánica como “politeísmo”, sino que se empieza a hablar del término “henoteísmo”, un curioso palabro que define a una creencia religiosa con multitud de Dioses, en la que el fiel decide a cuántos de dichos dioses adora.

Exactamente lo que ocurría en la sociedad Germánica precristiana.

Y exactamente como lo hacemos hoy en día, pensadlo: en nuestras familias y clanes, cada núcleo religioso suele adorar a los Dioses y Diosas que más tengan que ver con su lugar de residencia, o con las profesiones de sus integrantes, y el/la sacerdote/sacerdotisa de la comunidad, aunque conozca casi todo el panteón, tenderá a enfocar sus ceremonias a unos Dioses concretos.

Nada nuevo bajo el Sol. Pero, en ocasiones, obviamos lo que tenemos delante precisamente porque se trata de una actitud cotidiana, y me llamó mucho la atención que, sin pretenderlo, siguiésemos emulando a nuestros ancestros en este aspecto, lo que me hace pensar que el Odinismo, como religión que pretende reconstruir la Antigua Fe Germánica, sigue avanzando de forma positiva. Vamos, que algo estamos haciendo bien... aunque sea de forma inconsciente.

En fin, me pareció algo interesante que contaros, ya me diréis si os ha resultado entretenida su lectura (4).

¡Nos vemos en el siguiente artículo!





(1): Thomas A. DuBois, Nordic Religions in the Viking Age, 1.999

(2): Terry Gunnell, How High Was the High One? The Roles of Oðinn and Þórr in Pre-Christian Icelandic Society , 2.018

(3): Philip Shaw, Pagan Goddesses in the Germanic World: Eostre, Hreda and the Cult of Matrons, 2.011

(4): Si deseáis ampliar información, os recomiendo la lectura del artículo que dio pie a este texto: Terry Gunnell, Pantheon? What Pantheon? Concepts of a Family of Gods in Pre-Christian Scandinavian Religions, 2.015