Trisquel de barro. Obra de Fiskr Art
Hace ya bastante tiempo, tuve una
animada charla con un Odinista al respecto de simbología pagana. Mi
contertulio, un Ásatrúar noble, pero de cortas miras, se obcecaba en la
idea de que los Odinistas no debían usar el trisquel como un símbolo
propio, puesto que se trataba, sin asomo de duda, de un elemento exclusivamente
celta. Nunca conseguí que aceptara mis explicaciones al respecto, y reconozco
que se trata de una espina que aún llevo clavada en mi conciencia y, por qué no
admitirlo, en mi orgullo. Pasó el tiempo, y hoy día es bastante común que
nuestros hermanos y hermanas en la Antigua Senda luzcan orgullosos ruedas
solares de seis y ocho brazos, de un estilo eminentemente eslavo, sin que a
nadie le haya molestado la adopción de este símbolo, en lugar de usar el
tradicional germánico de cuatro brazos, debido sin duda al miedo que hoy
provoca lucir un elemento considerado nazi por la mayor parte de la sociedad.
Bien, no se oyen objeciones ante la adopción de esta interpretación de tan
sagrado ideograma. Sin embargo, también abundan aquellos que suelen lucir un trisquel,
ya sea estampado en una prenda, a modo de colgante, o tatuado en su cuerpo:
ante estas personas yo sí que he escuchado objeciones. Este artículo está
dedicado a aquellos de vosotros que penséis que se trata de un símbolo ajeno a
la cultura germánico-escandinava. No, no, no pienso escribir un tratado
arqueológico, que generalmente sólo conduce al tedio y no solventa dudas ni
remueve conciencias. Porque lo que pretendo es eso: tocar alguna fibra de
vuestro interior con un símbolo que aún denostamos, siendo uno de los más
potentes en cuanto a mensaje y carga espiritual. ¿Queréis una explicación Odinista
del trisquel? Seguid leyendo, entonces.
Rueda solar eslava o kolovrat (fuente: Wikipedia)
Según nuestra sagrada tradición,
el mundo humano no es sino el reflejo del mundo divino. Pero actualmente, por
desgracia, nuestro pueblo forma parte de una sociedad que persigue la
“impersonalización”: todo es todo, nada es algo, todos somos todos, nadie es
alguien,... Globalización, a fin de cuentas. Universalismo.
Como todos sabemos, existen
diferentes tipos de dioses y diosas, del modo en que existen diversos tipos de
personas, con distintas capacidades o aptitudes. Los dioses trabajan en
conjunto persiguiendo un fin más elevado que sus motivaciones personales, y
para llegar a ese Bien Común forjan relaciones armoniosas entre ellos,
basadas en un antiguo y bien conocido concepto de jerarquía triple. Así pues, y
según esta interpretación, podemos dividir a los dioses en tres grandes grupos
(obviando, como es natural, su pertenencia a los Æsir o los Vanir, que en este
caso es irrelevante), en función de sus capacidades: llamaremos a estos grupos
Soberanía, Fuerza y Generación, usando la terminología de Edred Thorsson.
•
Soberanía. Se trata del poder del
conocimiento, de saber qué es lo adecuado o lo correcto, y la capacidad de
llevarlo a cabo satisfactoriamente.
•
Fuerza. El poder físico, empleado para
reforzar el objetivo de la Soberanía y defenderlo de fuerzas hostiles que
pretendan llevarlo al fracaso.
•
Generación. El poder de mantener el
sustento esencial, la existencia continuada y el puro placer de la existencia,
sin los cuales sería imposible que la Soberanía y la Fuerza cumpliesen con sus
respectivos cometidos.
Estos tres grupos se mantienen en
equilibrio del siguiente modo: la Soberanía debe guiar a la Fuerza, y la
Generación sirve a los intereses de los tres grupos bajo la dirección de la
Soberanía. Tal vez sea más fácil de comprender esta correlación con un ejemplo:
el Sabio/Gobernante manda sobre el Guerrero, y el Trabajador provee para todos.
Si este equilibrio se rompe, el desastre es inevitable. Si el Guerrero crece
por encima del Sabio/Gobernante y el Trabajador, como pudo suceder en la
Alemania nazi, sólo habrá guerra, destrucción y caos. Si lo hace el Trabajador,
como ocurriera tal vez en la Unión Soviética, se produce rigidez y
estancamiento. Si esto ocurre con el Sabio/Gobernante, las otras dos fuerzas
reaccionan con caos hasta el restablecimiento del equilibrio, de modo similar a
lo ocurrido durante la Revolución Francesa. Tres brazos de una misma figura, y
los tres iguales, girando en la misma dirección para mantener la armonía del
conjunto por encima de los intereses de cada brazo. ¿Veis por dónde voy?
No debemos interpretar estos
patrones como “leyes naturales”, sino divinas: son las normas de los dioses que
gobiernan la consciencia humana. Estas normas fueron inculcadas en nuestro
pueblo con el triple regalo de Odín, Vili y Vé (Edda prosaica, capítulo
9), y la creación de los diferentes tipos de humanidad por Odín-Rig (Rigsthúla).
Si lo planteamos como un esquema
“macrocósmico”, dioses como Týr y Odín
representan la Soberanía; Thor, la Fuerza; Freya y Frey, la Generación.
Pero también podemos plantearlo a
un nivel “microcósmico”, individual y espiritual (como hiciera Platón con su
concepción de las “tres almas”: irascible, racional y concupiscible): cada uno
de nosotros tenemos una parte de Soberano, otra de Guerrero y otra de
Trabajador. Está en nuestra naturaleza, como seres humanos, que sea uno de los
brazos del trisquel el que apunte hacia arriba: el militar es Guerrero,
el académico es Soberano, y el jornalero, Trabajador; también hay casos en los
que hay dos brazos apuntando hacia arriba, invirtiendo el trisquel de
nuestra alma: el artista marcial es Soberano-Guerrero, o el maestro de escuela
es Soberano-Trabajador. ¿Cuál es nuestro propio campo o campos? Sin duda, para
responder a esa cuestión es vital la guía de los dioses.
El reflejo de este concepto representado en el trisquel puede observarse incluso en nuestras
ceremonias: el Góði/Gyðja representa el Soberano, la Valkiria o el Guardián
representan al Guerrero, y los asistentes que ofrecen sus productos, al
Trabajador. Y los tres son igualmente necesarios, actuando en conjunto para
asegurar el éxito de la ceremonia.
Y de este modo, asumiendo el trisquel como
esa representación tanto del orden cósmico como de nuestra propia alma y su
triple identidad, estaremos persiguiendo, tal vez de modo inconsciente, la
plenitud personal, así como el equilibrio de este mundo nuestro, tan dañado por
conceptos universalistas que los cristianos impusieron a nuestro pueblo,
robándole su soberanía espiritual, su poder físico y su apetito por la vida.
Retomarlos es derrotar al Cristo Blanco en el único campo de batalla que
debería importarnos: ¡nuestro corazón!.
¿Es suficiente motivo para lucir
el trisquel?
¡Nos vemos en el próximo artículo!
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