viernes, 1 de abril de 2016

REIVINDIQUEMOS EL TRISQUEL


Trisquel de barro. Obra de Fiskr Art               

Hace ya bastante tiempo, tuve una animada charla con un Odinista al respecto de simbología pagana. Mi contertulio, un Ásatrúar noble, pero de cortas miras, se obcecaba en la idea de que los Odinistas no debían usar el trisquel como un símbolo propio, puesto que se trataba, sin asomo de duda, de un elemento exclusivamente celta. Nunca conseguí que aceptara mis explicaciones al respecto, y reconozco que se trata de una espina que aún llevo clavada en mi conciencia y, por qué no admitirlo, en mi orgullo. Pasó el tiempo, y hoy día es bastante común que nuestros hermanos y hermanas en la Antigua Senda luzcan orgullosos ruedas solares de seis y ocho brazos, de un estilo eminentemente eslavo, sin que a nadie le haya molestado la adopción de este símbolo, en lugar de usar el tradicional germánico de cuatro brazos, debido sin duda al miedo que hoy provoca lucir un elemento considerado nazi por la mayor parte de la sociedad. Bien, no se oyen objeciones ante la adopción de esta interpretación de tan sagrado ideograma. Sin embargo, también abundan aquellos que suelen lucir un trisquel, ya sea estampado en una prenda, a modo de colgante, o tatuado en su cuerpo: ante estas personas yo sí que he escuchado objeciones. Este artículo está dedicado a aquellos de vosotros que penséis que se trata de un símbolo ajeno a la cultura germánico-escandinava. No, no, no pienso escribir un tratado arqueológico, que generalmente sólo conduce al tedio y no solventa dudas ni remueve conciencias. Porque lo que pretendo es eso: tocar alguna fibra de vuestro interior con un símbolo que aún denostamos, siendo uno de los más potentes en cuanto a mensaje y carga espiritual. ¿Queréis una explicación Odinista del trisquel? Seguid leyendo, entonces.

Rueda solar eslava o kolovrat (fuente: Wikipedia)

Según nuestra sagrada tradición, el mundo humano no es sino el reflejo del mundo divino. Pero actualmente, por desgracia, nuestro pueblo forma parte de una sociedad que persigue la “impersonalización”: todo es todo, nada es algo, todos somos todos, nadie es alguien,... Globalización, a fin de cuentas. Universalismo.
Como todos sabemos, existen diferentes tipos de dioses y diosas, del modo en que existen diversos tipos de personas, con distintas capacidades o aptitudes. Los dioses trabajan en conjunto persiguiendo un fin más elevado que sus motivaciones personales, y para llegar a ese Bien Común forjan relaciones armoniosas entre ellos, basadas en un antiguo y bien conocido concepto de jerarquía triple. Así pues, y según esta interpretación, podemos dividir a los dioses en tres grandes grupos (obviando, como es natural, su pertenencia a los Æsir o los Vanir, que en este caso es irrelevante), en función de sus capacidades: llamaremos a estos grupos Soberanía, Fuerza y Generación, usando la terminología de Edred Thorsson.
                     Soberanía. Se trata del poder del conocimiento, de saber qué es lo adecuado o lo correcto, y la capacidad de llevarlo a cabo satisfactoriamente.
                     Fuerza. El poder físico, empleado para reforzar el objetivo de la Soberanía y defenderlo de fuerzas hostiles que pretendan llevarlo al fracaso.
                     Generación. El poder de mantener el sustento esencial, la existencia continuada y el puro placer de la existencia, sin los cuales sería imposible que la Soberanía y la Fuerza cumpliesen con sus respectivos cometidos.
Estos tres grupos se mantienen en equilibrio del siguiente modo: la Soberanía debe guiar a la Fuerza, y la Generación sirve a los intereses de los tres grupos bajo la dirección de la Soberanía. Tal vez sea más fácil de comprender esta correlación con un ejemplo: el Sabio/Gobernante manda sobre el Guerrero, y el Trabajador provee para todos. Si este equilibrio se rompe, el desastre es inevitable. Si el Guerrero crece por encima del Sabio/Gobernante y el Trabajador, como pudo suceder en la Alemania nazi, sólo habrá guerra, destrucción y caos. Si lo hace el Trabajador, como ocurriera tal vez en la Unión Soviética, se produce rigidez y estancamiento. Si esto ocurre con el Sabio/Gobernante, las otras dos fuerzas reaccionan con caos hasta el restablecimiento del equilibrio, de modo similar a lo ocurrido durante la Revolución Francesa. Tres brazos de una misma figura, y los tres iguales, girando en la misma dirección para mantener la armonía del conjunto por encima de los intereses de cada brazo. ¿Veis por dónde voy?
No debemos interpretar estos patrones como “leyes naturales”, sino divinas: son las normas de los dioses que gobiernan la consciencia humana. Estas normas fueron inculcadas en nuestro pueblo con el triple regalo de Odín, Vili y Vé (Edda prosaica, capítulo 9), y la creación de los diferentes tipos de humanidad por Odín-Rig (Rigsthúla).
Si lo planteamos como un esquema “macrocósmico”,  dioses como Týr y Odín representan la Soberanía; Thor, la Fuerza; Freya y Frey, la Generación.
Pero también podemos plantearlo a un nivel “microcósmico”, individual y espiritual (como hiciera Platón con su concepción de las “tres almas”: irascible, racional y concupiscible): cada uno de nosotros tenemos una parte de Soberano, otra de Guerrero y otra de Trabajador. Está en nuestra naturaleza, como seres humanos, que sea uno de los brazos del trisquel el que apunte hacia arriba: el militar es Guerrero, el académico es Soberano, y el jornalero, Trabajador; también hay casos en los que hay dos brazos apuntando hacia arriba, invirtiendo el trisquel de nuestra alma: el artista marcial es Soberano-Guerrero, o el maestro de escuela es Soberano-Trabajador. ¿Cuál es nuestro propio campo o campos? Sin duda, para responder a esa cuestión es vital la guía de los dioses.
El reflejo de este concepto representado en el trisquel puede observarse incluso en nuestras ceremonias: el Góði/Gyðja representa el Soberano, la Valkiria o el Guardián representan al Guerrero, y los asistentes que ofrecen sus productos, al Trabajador. Y los tres son igualmente necesarios, actuando en conjunto para asegurar el éxito de la ceremonia.
Y de este modo, asumiendo el trisquel como esa representación tanto del orden cósmico como de nuestra propia alma y su triple identidad, estaremos persiguiendo, tal vez de modo inconsciente, la plenitud personal, así como el equilibrio de este mundo nuestro, tan dañado por conceptos universalistas que los cristianos impusieron a nuestro pueblo, robándole su soberanía espiritual, su poder físico y su apetito por la vida. Retomarlos es derrotar al Cristo Blanco en el único campo de batalla que debería importarnos: ¡nuestro corazón!.
¿Es suficiente motivo para lucir el trisquel?

¡Nos vemos en el próximo artículo!

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