Bien, prosigo con la enumeración
de elementos que pueden ayudarnos a la consolidación de una comunidad pagana en
general, y odinista en particular. Sin embargo, este punto bien podría
aplicarse a nuestra espiritualidad individual, además de ser uno de los puntos
más polémicos de la lista que estoy desglosando en los últimos artículos. Se
trata, como el título del post ya adelantaba, del rechazo frontal a la masiva
“anti-cultura”. Definamos, pues, a qué me refiero cuando hablo de
“anti-cultura” y cómo ésta puede afectar negativamente a nuestra
espiritualidad.
En mi experiencia odinista, he
estudiado tratados de diversos autores que explican su propia visión de nuestra
fe, y he leído obras tan ambiguas y eclécticas que pretenden fundir Ásatrú con
otros credos, como el Druidismo o la Wicca, hasta radicales postulados que
invitan a una suerte de involución cultural, al estilo del anarco-primitivismo
más extremo. Ciertamente hay que estudiar todos los puntos de vista para poder
formar la propia opinión, pues de una lectura concienzuda y crítica siempre
suelen devenir enseñanzas positivas para las mentes abiertas y receptivas. Hay
varios autores que ciertamente han influido en mi modo de ver y sentir el
odinismo, y la mayoría parecen apoyar el rechazo a la “cultura pop”. Sin
embargo, no estoy de acuerdo con ellos en este punto. No toda la cultura
popular es mala, según mi opinión. Yo mismo soy un ávido consumidor de uno de
los iconos del arte popular contemporáneo, como es el manga y el anime
japoneses; asimismo, disfruto jugando a rol siempre que tengo ocasión, y me
desvivo con el heavy metal. Todas estas manifestaciones artísticas se
enmarcan dentro de la denominada “cultura pop”, ¿y qué hay de malo en ello?
¿Afectan a mis criterios espirituales mis preferencias artísticas? Lo pongo en
duda. Sin embargo, sí reconozco que la “cultura pop” tiene una vertiente
oscura, y es contra ella que realizo mi lucha. Esa es la “anti-cultura”.
¿Cómo reconoceremos a la
“anti-cultura”? No es difícil, pues convivimos a diario con ella y siempre
trata de hacerse ver y sentir con un insano afán proselitista. Este remedo de
cultura ha sido creada por conglomerados corporativos, y les sirve como eficaz
herramienta de marketing. Su objetivo es dirigir a la masa para que consuma un
determinado producto, aumentando exponencialmente su índice de ventas, mientras
desarrollan el siguiente producto estrella y pergeñan el modo de educar al
aborregado rebaño en la creencia de que lo van a necesitar. ¿Alguien recuerda
cuando, para poder quedar con un amigo, había que ir a su casa? Hoy, los niños
que quieren un móvil se escudan en una supuesta necesidad. ¿Y aquel
momento, no tan lejano, en que si no tenías un tamagotchi no eras nadie?
¿Y qué decir de esas niñas que no escuchan a la boy-band del momento y
son inmediatamente rechazadas por sus compañeras de clase? Así funciona la
“anti-cultura”. No expresa la cultura de un pueblo o de un lugar concreto, y ni
siquiera genera una propia, sino que trata de sustituir la cultura
existente con un consumismo salvaje y sumiso. De igual modo, no contiene
tradiciones, puesto que cualquier tradición lastra esta “anti-cultura”. ¿Por
qué? La explicación es sencilla: porque el pan de esa gran superficie de
cuyo nombre no quiero acordarme, y que es tan barato y está recién horneado, no
puede competir con el pan de mi pueblo, esa hogaza de a kilo que aguanta casi
una semana y que está delicioso, ¡incluso estando duro! Otro ejemplo: ¿usaríais
patatas fritas de marca en un blót? Suena surrealista, ¿no es así?
Además, otro elemento
característico de esta “anti-cultura” es que se encuentra en una continua
reinvención. No está pensada para perdurar. Lo nuevo siempre es lo mejor, debes
adquirir lo nuevo. Por consiguiente, es acérrima enemiga de la Tradición: no
desea tender las manos a conceptos tan antagónicos para ella como la tradición
o la familia. Sí, también contra la familia carga la horrenda cultura de masas,
y deseo demostrarlo con esta alegoría: imaginad un hogar en el que Padre,
Madre, Hermana y Hermano conviven; sin embargo, Padre ve la televisión en la
sala, Madre tiene su programa favorito en su tablet, mientras que
Hermano ve la cadena de su elección en el ordenador de su cuarto y Hermana lo
hace desde su móvil, acostada en su cama. Y todos viven bajo el mismo techo,
pero cada uno recibe un mensaje diferente, recibe una publicidad distinta, es
adiestrado por la “anti-cultura” y adoctrinado para que la persona sepa cuáles
van a ser sus necesidades y metas de esta temporada, para que desprecie las de
la temporada pasada y para que sus anhelos y sueños se basen en los productos
de la temporada que viene, utilizando el antiquísimo proverbio belicista que
reza divide y vencerás, pues dividida está la familia de mi ejemplo, y
de este modo es imposible que sus miembros debatan y comenten, decidan si algo
es o no necesario o conveniente, y, en definitiva, tengan la posibilidad de
influenciarse mutuamente, de hacer un muro de escudos contra las influencias
externas, porque separados consumen más (cuatro receptores de TV consumen más
que uno, cuatro teléfonos móviles con cuatro conexiones a Internet consumen más
electricidad y recursos que uno o dos, y así sucede con todo), y por tanto son
más dóciles a la “anti-cultura”, menos propensos a la rebeldía y menos abocados
a ese veneno llamado pensamiento.
Amig@s,
la verdadera cultura no pasa de moda, y sea cual sea su forma, siempre
enriquece. Consumir auténtica CULTURA (así, en mayúsculas) es ir en contra de
la masa, informe y voraz. Es responder a los embates de la “anti-cultura” con
el filo de nuestras armas, que son la libertad de elección, la capacidad de discernir
y el orgullo por la tradición.
Bien, es probable que este tema
haya generado disensiones, o dudas cuanto menos. El debate siempre es
enriquecedor, y estoy abierto a él, si es vuestro deseo. Y si no es así,
¡espero veros en el próximo post!
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