El artículo que publico hoy aquí
trata de un tema sobre el que debía haber escrito hace tiempo. Al tratarse de
un asunto complejo y espinoso, he estado remoloneando para no escribirlo de
forma precipitada, pero ya ha pasado demasiado tiempo desde que publiqué aquí
por última vez, y creo que es importante que deje mi postura bien clara al
respecto, dado que, de un tiempo a esta parte, se han sucedido en mi entorno
interesantes debates sobre mi posicionamiento en referencia al Odinismo. Así
que trataré, como siempre hago, de explicar esa forma de vivir mi fe que muchos
tachan de intolerante o sectaria.
Estoy hablando de la corriente Folkish.
Todos los pueblos de este mundo
tienen una religión que se interrelaciona con otros aspectos de su identidad,
como la lengua o la cultura, que es propia de sus gentes y que, podríamos
considerar, es el cauce más natural para la expresión de su espiritualidad. Por
desgracia, y desde hace varios siglos, estas religiones nativas han sido
desplazadas, asimiladas o, en el peor de los casos, directamente eliminadas por
otras creencias espiritualmente “imperialistas”, foráneas en aquellos
territorios donde se practicaba otro sistema de creencias que diese a un pueblo
ese matiz de independencia y autodeterminación que tan molesto resulta para
quien trata de dominar y controlar. Sin embargo, mientras la identidad étnica
de un pueblo se mantenga, aunque sea de un modo leve, siempre existe la
posibilidad de un renacer de su propia corriente ética.
El cristianismo, seamos claros,
no es más que una cubierta artificial en nuestra sociedad. Posiblemente, a
causa de ello, el mundo entero sufre hoy una profunda crisis de valores. Cunde
el desánimo entre la población, que ya no considera la religión (da igual la
que sea, hablo de modo genérico del sentimiento religioso) como algo útil para
su desarrollo personal, aferrándose a ese feroz materialismo que pretende
taponar con cosas la hemorragia de su alma.
El Odinismo de la corriente Folkish
dice simplemente: regresa a la fe de tus ancestros. Sólo eso. No hay
supremacismo, no hay revancha ni tampoco odio. Regresa a la fe de tus
ancestros, seas de donde seas, pertenezcas al pueblo que pertenezcas.
Retornando a la senda ancestral, el individuo simplemente está volviendo a un modus
vivendi que funcionó para su pueblo durante miles de años antes de la
llegada de esa cubierta artificial que conocemos como cristianismo. No se trata
de adoptar un culto exótico que nunca ha sido practicado por tu cultura, como
lo fue el cristianismo en su momento. La vuelta a las creencias de nuestros
antepasados Odinistas, para el pueblo que dio origen a este modo de entender la
vida, es como retornar al hogar materno tras años de ausencia. Es como poder
mirar en nuestro interior, y ver nuestro corazón.
Pero para retomar esa senda, es
perentorio rechazar otras formas de pensamiento que, aunque exóticas y a menudo
interesantes, no nos pertenecen en modo alguno, y de este modo restablecer
nuestra propia senda. Porque el Odinismo es la religión de nuestro pueblo. Eso
quiere decir que el Odinismo es particular de este pueblo, de este grupo étnico
(que lo somos, como cualquier otro, le pese a quien le pese), de todas las
tribus germánicas que dieron origen a nuestra cultura: suevos, vándalos y godos
en la Península Ibérica, y sajones, jutos, anglos, lombardos, escandinavos, y
tantas otras que no enumeraré por no extenderme de modo innecesario. En primer
lugar y de un modo preeminente, hay que profundizar en las sendas de nuestros
antepasados, largamente olvidadas, aprender (o recordar) su sabiduría y
su visión del mundo, y seguir su ejemplo. De nuevo, observamos que hacer lo que
ya se ha hecho antes es algo que nos beneficia como cultura o como pueblo (y,
de hecho, es la base de nuestro ordenamiento jurídico hoy día: Lo correcto
es lo que ya se ha hecho antes). En un plano netamente espiritual, un
individuo sólo debería hacer lo que es correcto. Apreciar lo propio no es despreciar
lo ajeno, pero para discernir qué es eso que denominamos propio hay que
desprenderse de lo que no lo sea. Nos enseñaron que aglutinar era lo correcto,
porque quien enseñaba era un aglutinador nato: nuevamente me refiero al
cristianismo.
El psicólogo Carl Jung, en su
ensayo titulado Wotan, nos da un claro ejemplo del modo en que nuestros
dioses permanecen en la sociedad aún hoy día, y cómo pueden volverse más
presentes:
Los arquetipos son como cauces que se secan cuando el agua desaparece, pero que pueden hallarse nuevamente en cualquier momento. Un arquetipo es como una vieja corriente de agua por donde el agua de la vida ha fluido durante siglos, excavando un profundo canal para sí misma. Cuanto más haya fluido por ese canal, más fácil es que, antes o después, el agua vuelva a su propio cauce.
Y así es como los dioses de nuestros ancestros han estado siempre con nosotros, y lo sencillo que resulta el hecho de que vuelvan. Son como una especie de código inscrito en cada fibra de nuestro ser: otros pueblos tienen otros códigos, eso es innegable, y éste es el nuestro. Nuestro código es beneficioso para nosotros, por la sencilla razón de que es exclusivamente nuestro -valga la redundancia -. De algún modo, en un contexto religioso, se trata de seguir nuestros patrones internos, en lugar de seguir sendas antinaturales para el individuo, por las que sólo puede uno abrirse camino siguiendo un dogma dictado desde fuentes externas.
En resumen, el Odinismo de la
corriente Folkish enseña a tomar lo cercano para buscar lo sagrado que
hay en ello. Debemos ser lo suficientemente sabios para darnos cuenta de que
aquello que nos han vendido como “nuestra herencia” no es más que un culto
oriental a la muerte, y hasta que no prescindamos de esas anteojeras, no podremos
entender con plenitud lo que nos quiere decir el corazón. Nuestro rechazo no va
contra una religión, ni contra una cultura, sino contra el sincretismo. Tenemos
la noción de que somos un pueblo, formado por multitud de tribus, en un
mundo formado por muchos pueblos, cada uno con su cultura y su fe autóctonas, y
queremos reivindicarlo, del mismo modo que hoy día lo hacen el pueblo cherokee,
o los mapuches, los inuit o los ainu. Eso suena coherente,
¿verdad? Pues cambiad el término cherokee por “francos”, cambiad mapuches
por “alamanes”, inuit por “hérulos” y ainu por “turingios”.
¿Qué tal os suena ahora? Cuidado con la respuesta, no os vayan a tomar por folkish.
¡Os veo en el próximo artículo!